En LA CONSAGRACIÓN DE LA PRIMAVERA, Fernando Franco consigue un equilibrio de verdad complicado, eludiendo el sensacionalismo que proviene de la elección del tema, precisamente por no ocultar todos los sentimientos y dobleces, las imperfecciones de un mundo interior, el de su joven protagonista, al que sólo accedemos a través de sus miedos e inseguridades, y todos encajan sin forzados maniqueísmos. Laura es una estudiante de primer curso de Químicas en Madrid, que viene de Menorca y vive en un colegio mayor de corte religioso; le cuesta relacionarse, y le sobrevuela una pesadumbre que podríamos asociar a algún trauma, pero no hay nada de eso, y sí una personalidad con tendencia a retraerse. Sin embargo, será un hecho fortuito el que derribe sus barreras y le abra una nueva e inesperada perspectiva. En una fiesta totalmente muerta, conoce a David, un joven con parálisis cerebral, con el que experimenta una cercanía y afinidad que no logra sentir con nadie. Así, pasamos de lo emocional a lo terrenal, con unos personajes complejos en su sencillez, y bordeando el posible ridículo con una dignidad que todo lo puede, conformando un hermoso relato sobre lo mucho que recibimos cuando damos todo lo bueno que tenemos.
Incluso en su tono melancólico, es imposible no sonreír, con esa sonrisa de franca gratitud por estar ante un film tan valiente y sincero.
Saludos.
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