Primero, no entiendo la ojeriza que le profesa el personal a STARDUST MEMORIES, que parece algo patológico, y, visto con perspectiva, un poco absurdo, ahí están los trabajos más recientes de Woody Allen para corroborarlo. Después, tampoco sé por qué no apropiarse de Fellini; nadie decía nada con Bergman, supongo que por la condescendencia que despierta ver a un neoyorquino neurótico moviendo las manos mientras habla sobre lo horrible de las dependencias conyugales, pero de ahí a estamparse con carruseles imaginarios mediará un abismo, digo yo. Finalmente, es 8 1/2, claro, pero en deliberado y justo interdicto. Las mujeres, la obsesión por encontrar un sentido último, la angustia por saberse mortal sin un dios que lo remedie... Son temas constantes, que han cimentado la obra de Allen a lo largo de más de cincuenta años, pero pareciese que rechina no haber tenido un pimpampún anterior, y que alguna tenía que ser. Con todo, hay escenas magníficas, como el arranque en el tren (con una juvenil Sharon Stone como una presencia fantasmal); la fractura emocional de Charlotte Rampling (que Allen se toma muy en serio); o mi favorita, un diálogo con unos extraterrestres, que terminan confesándole que pese a su extraordinaria inteligencia (la de los marcianos), no entienden por qué se empeña en tirar su vida (la de él) por la borda, en lugar de simplificar, disfrutar y abandonarse al dulce júbilo de un paseo por el campo... No sé, será porque las he visto infinitamente peores, pero no seré yo quien hable mal de ella, sin volverme loco, claro...
PD:
Esta peli no iba aquí, no hoy. Esta peli va aquí hoy para despedir a un grande, porque para mí lo era. La cuestión es simple: uno aprende a amar el cine por un solo motivo, y antes no se es un cinéfilo, sino un patán que ha ido a ver películas por diversos motivos. Yo me topé con un programa que empezaba muy tarde en la radio, a veces tardísimo, porque antes había uno de deportes con carta blanca para acabar cuando fuese. Eran otros tiempos, pero aquello me hizo pulsar las imágenes aún sin verlas (cosa mágica), despertar de mi letargo adolescente con los gritos e improperios de un cuarentón que parecía querer repartir bastonazos. Aquel señor, que sabía una barbaridad de cine sin mirar google, podía pasar de la abulia más indiferente al nudo en la garganta cuando alguien le preguntaba por cualquier cosa de Ford, Capra o Vidor. Eso, por si no lo saben, es amar el cine, abrazarlo sin medias tintas, sin que nadie te pare los pies con tonterías fabricadas en serie por tenebrosos prescriptores sin media neurona cinematográfica. Carlos Pumares me convirtió en algo más que un espectador, y eso no tiene precio, aunque por su culpa nunca haya podido volver a acostarme temprano, ni hacerlo sin escuchar voces en el oído... Hasta siempre, maestro...
Saludos.
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