Voy a proponer a la joven directora extremeña (ésta es su ópera prima) Ainhoa Rodríguez como candidata número uno para capturar en imágenes a un escritor para mí inadaptable, como es Juan Benet. Esto entronca con el visionado de DESTELLO BRAVÍO, fábula a ras de suelo, compuesta por multitud de instantáneas que transitan de lo marciano a lo doloroso, de lo simbólico a una denuncia social expuesta con el labio temblando. Como si quisiera meter muchas cosas, a Rodríguez le puede la urgencia, tanto como la inconcreción o ese punto que debe coger con los años y que le permitirá narrar al tiempo que cincela imágenes no filmadas. En el asfixiante periscopio de un ínfimo pueblo extremeño, como una isla, como un satélite de reglas ignotas, lo "normal" se convierte en extraño, la tradición un yugo contra el que es imposible rebelarse, y el deseo queda sepultado en paredes de cal sobrevoladas por crucifijos y santos sufridores. Con habilidad más que notable para subvertir el significado de estas imágenes, la directora se acerca a los cánones de David Lynch y Buñuel, del mejor Almodóvar o del surrealismo consciente de Cuerda. En esa amalgama, no siempre exitosa, importa más lo que se intuye que lo que se muestra; la confidencia, el chascarrillo, o directamente la sentencia malintencionada, que esa poesía no del todo encofrada. Como gran acierto, la valentía, la sensación de que hay mucho más en ese cine de lo diferente, que se erige como eco enunciador de una codianidad que es la verdadera locura.
Otro cine español es (y debe ser) posible.
Saludos.
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