Pasa Gabriel Velázquez por ser uno de los más interesantes cineastas españoles de última hornada, manteniendo su discurso, férreo aunque cálido y cercano, siempre fuera de márgenes y encorsetamientos. Con una mirada que lo emparenta con la curiosidad inagotable del niño, Velázquez busca sus historias en lo tan obvio y tan expuesto, y por ello también tan invisible. En ZANIKI, nos vamos hasta tierras salmantinas, donde habita Eusebio y su familia, que, inasequibles al desaliento, siguen una tradición casi perdida de instrumentos atávicos, cuentos del terruño y esa sabiduría popular cada vez más constreñida por este "no-saber" que padecemos hoy en día. Eusebio intuye que le queda un poco menos de tiempo para marcharse con los espíritus de los lobos, por lo que dispone una jornada de cuatro días en el monte junto a Beltrán, "Zaniki", su nieto de ocho años, en quien deposita sus esperanzas de que continúe la tradición por puro amor, sin obligaciones innecesarias. Y en este hermoso cuento de transiciones, de chicos y mayores, también de sartenes, cucharas y hondas de estaca, el director se funde con un documentalismo que no pretende tan sólo "mostrar", sino que nos convierte también en alumnos, discípulos de un personaje inabarcable e inagotable, uno de esos locos tan cuerdos que asusta su poder para evadirnos a lo pretérito. O en sus propias palabras: tres chozos duran un perro; tres perros, un caballo; tres caballos, un hombre; tres hombres, un bastardo; tres bastardos, un cuervo... Y así...
Fascinante, hermosa, curativa.
Saludos.
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