viernes, 2 de noviembre de 2012
Ozu en Viernes #28
Y en 1958, Yasujiro Ozu encontró el color... y vaya si lo encontró. El color, en el cine de Ozu, y aunque no le diese tiempo a extenderse, no es inherente a la filmación en sí y por el tipo de lente usada, sino que responde a una necesidad creada por el mismo director para plasmar, o bien un estado de ánimo, o remarcar una situación dramática. Así ocurre en HIGANBANA (FLORES DE EQUINOCCIO), en la que existe un pequeño cataclismo narrativo (entiéndanlo, se trata de Yasujiro Ozu, no de Ridley Scott), lo que le lleva a focalizar el relato aparentemente rutinario de la hija casadera... la cuñada entrometida... la madre sumisa pero sabia... los amigos confidentes... y todos los elementos típicamente "ozunianos", en una sola figura, la del padre, esposo y amigo (y jefe), que se erige en una especie de "padre confesor" por el gran respeto que irradia su hierática efigie de moral irreductible (Shin Saburi... ¿quién si no?). El gran latigazo proviene de enfrentar a este prohombre con su propia miseria y circunstancia (menos la primera, es cierto), cuando la mayor de sus dos hijas "se atreve" a afirmarle que va a casarse, sin que haya mediado conocimiento ni, claro, aprobación paterna. Es aquí donde el consejero abierto y ecuánime se muestra como lo que realmente es, un machista de tomo y lomo. Y no me parece de poca importancia este paciente, soterrado retrato de un Japón que empezaba a desmoronarse, para bien y para mal; el de las tradiciones no como faro, sino como imposición que no puede discutirse. Y Ozu lo filmó en un color espectacular ya desde sus preciosos créditos, que cobraban nueva dimensión sin cambiar las letras sobre la arpillera; y todo para terminar conformando una de esas películas que quedan en la retina después de haberse visto. Maravillosa, de verdad.
Y la semana que viene, aún más. Saludos.
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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...
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