La frase, genial, constituye casi más un estado de ánimo que una panorámica histórica, convirtiendo el absoluto fin de un época en el otoño de un hombre que acepta la derrota con el último almidón. IL GATTOPARDO constata y sintetiza en esa frase inmortal el significado de la decadencia, la complejidad para asumir que el esplendor ya es un espejismo, y que el león ha de ofrecer la cabeza para el tiro de gracia sin rechistar. Admirablemente planteado en el majestuoso arranque, en el que el príncipe Salina es incapaz de enojarse con su rebelde sobrino, Tancredi, que comulga con los liberales y se presta a combatir por la unificación. Ya el texto original de Tomasi di Lampedusa detiene el tiempo narrativo, para dar cuenta de un mundo ajeno a cualquier realidad social, con sus ritos beatíficos y tradiciones arcáicas, que se ve literalmente desplazado por una avalancha que no les necesita como moduladores de su nuevo concepto de sociedad. Ahí, el puntilloso guion adapta con precisión la crónica de la novela, pero la fiesta visual ideada por Visconti sobrepasa cualquier descripción, imbricando el polvo con el terciopelo, las tascas con los banquetes, el pueblo que camina con la aristocracia inmóvil. La partitura de Nino Rota suena más bella y desgarrada que nunca, y la fotografía de Giuseppe Rotunno es una explosión de colores, texturas y profundidad de campo. El elenco, vastísimo, queda sujeto fundamentalmente por un joven Alain Delon, que encarna la jovialidad del cambio, sin desprenderse del todo de su condición privilegiada. Pero sobre todo de un colosal Burt Lancaster, gigantesco e irrepetible como la figura que evoca el pasado moribundo, y se apaga discretamente en uno de los bailes más hermosos de la historia del cine, y que cierra categóricamente esta obra maestra absoluta e intemporal.
Patrimonio y museo en movimiento.
Saludos.
2 comentarios:
Una gran obra maestra.
Hoy día no puede hacerse una película así. Al menos no "así"...
Un saludo.
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