Ana, institutriz británica, llega a la imponente casa familiar, un caos ordenado donde nada es, porque todo era, o fue. Debe hacerse cargo de tres niñas, pero su padre requiere de ella otras atenciones, y empezará a enviarle extrañas cartas de contenido obsceno. El otro hermano quiere dominar con obsesión castrense, pero no puede mover un dedo sin la aprobación materna, y en realidad imagina a Ana como la obediente esposa que debe tener el militar que nunca fue. El tercer hermano quiere retirarse a su cueva, como un anacoreta; es el único que llama la atención de Ana, pero le sorprende que no quiera nada de ella. La madre, impedida, encastillada, guarda los recuerdos infantiles de sus tres hijos, pero las ratas van comiéndose los recuerdos. ANA Y LOS LOBOS es esto, la intrusión del cuerpo extraño en un mundo detenido, que no parece querer saber nada del exterior. Saura y Azcona recrean admirablemente, casi a pinceladas, los pilares tambaleantes de una España terrorífica y aterrada, que apura las heces de sus supuestas glorias, abandonándose a una realidad inventada y moribunda. "Los lobos" se muestran pronto ante una Caperucita que cree poder domarlos, jugar con sus debilidades. Ensayando un terror inusitado, la parte final demuestra su equivocación, llevando a sus personajes a un paroxismo animal e inasumible. Reinar en la casa, fornicar en la cama y arrepentirse en la cueva...
Saludos.
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