Irregular y algo pretenciosa, LA MADRIGUERA se ha quedado atrás entre las películas más representativas del primer Saura, que aún intentaba encontrar un punto intermedio entre el costumbrismo español y las pujantes vanguardias europeas. En mi opinión, falla la inconsistencia de un guion que se va deshilachando a medida que la historia pierde su misterio, convirtiéndose en un juguete inocentemente perverso. Pedro y Teresa son un matrimonio burgués, que pasa los días en su imponente y modernísimo chalet, pero cuya vida conyugal es simple y llanamente aburrida. Un día Teresa recibe los muebles de su casa familiar, que contrastan con la espartana sobriedad que la rodea y la envuelven en una especie de nostalgia hipnótica, hasta el punto de trasladarla hasta una infancia que encierra oscuros secretos, y a los que se ve arrastrado su marido, en un juego perverso de correspondencias inadmitidas. Toda la primera parte funciona, con el escape de ella hacia una vida que ya no posee, mientras él, entre escéptico y enfurecido, piensa que se trata de una venganza por la monotonía y unos hijos que nunca llegan. Es en el caos controlado de la segunda mitad donde cuesta más reconocer a Saura, y ni siquiera a Azcona, ocupados en quebrar la censura, mientras vemos, por ejemplo, inconcebibles azotitos en el culo de Geraldine Chaplin, fetichismos en los que el marido adopta el rol de un perro o una escena casi más propia de un hentai, en la que el actor sueco Per Oscarsson (mucho Bergman, claro) le arroja un balde hasta arriba de cangrejitos por el inmaculado camisón... Y recuerden que hablamos aún de 1969...
A mí me gusta, pero puedo entender a quien le provoque algún bostezo.
Saludos.
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