El encabezado podría llevar a engaño, aun en su literalidad. Al igual que el título de la película, CHILLY SCENES OF WINTER. Pues, a pesar de que todo transcurre, es cierto, en momentos en los que el hielo cubre las aceras, la historia se debate constantemente por no sucumbir a una melancolía que, sin embargo, termina por engullirla. La segunda película de Joan Micklin Silver tardó cuatro años en llegar, y supuso un notable avance en su manera de contar historias, aunque aún conservaba mucho de aquel tono nostálgico y algo apesadumbrado. No es usual mostrar los sentimientos masculinos, ni otorgarles una posición de veracidad más allá de su carácter defensor, protector o hasta vengativo; lo curioso de esta película es que todo gira en torno a un hombre que queda hechizado (o encoñado, o embelesado si lo prefieren) a las primeras de cambio por una mujer, aun teniéndolo todo en contra, puesto que está casada. Ella, es cierto, sale y entra de un matrimonio complicado, lo que él aprovecha para intentar que se quede definitivamente a su lado. Retrato posgeneracional de treintañeros que son incapaces de manejar sus asuntos sentimentales, es una película más que curiosa, con algo de Woody Allen, pero con un trasfondo bastante más amargo y despiadado con sus protagonistas. Y hay otra historia aún más curiosa, a lo mejor la razón por la que un título tan reivindicable ha estado durante cuatro décadas en un inexplicable ostracismo: la Metro veía en Micklin Silver a ese potencial reverso femenino de Allen, guionizando sus propios films y sin necesitar un gran presupuesto para exponer historias potentes. Esta película estaba basada en una famosa novela de Ann Beattie (otro incipiente talento), pero su final, oscuro y atípico para una novela "supuestamente romántica", no les convencía, así que la financiaron con un final feliz, que desvirtuaba al original. Tras el descalabro en taquilla, Micklin Silver tiró de personalidad, y a los tres años hizo un Director's cut, antes de que se acuñara el término; recuperó el título original (en lugar de un descafeinado HEAD OVER HEELS), y prescindió del azucarado final. El resultado es infinitamente mejor, aunque el film, fuera de Estados Unidos, ya no logró hacerse notar. Ahora bien, es muy recomendable recuperarla, y comprobar cómo su aparente convencionalidad es más actual que muchos títulos contemporáneos. Aparte, es impagable poder ver a la gran Gloria Grahame en uno de sus últimos papeles, casi autocaricaturizándose.
Saludos.
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