Bruce McDonald es un cineasta que ya lleva unos cuantos años pateándose los circuitos internacionales, sin lograr eludir su vocación de "autor de serie B", pero demostrando que posee un modo propio de encarar proyectos realmente arriesgados. Sus películas, a menudo desapercibidas para el gran público, son apenas reconocidas como genuinamente "de culto", precisamente por ser unos cuantos privilegiados los que acceden a ellas, principalmente en festivales. En 2008, McDonald dio una interesante vuelta de tuerca al sobado género de zombis, con una película que elude el exhibicionismo para centrarse en la creación de una atmósfera creciente y asfixiante, con un uso del fuera de campo que es una enmienda a la totalidad. PONTYPOOL comienza con la peregrina explicación de cómo unas bragas, un gato y un puente dieron origen al curioso nombre de esta pequeña población canadiense, por la que se desliza un hombre que ha hecho de las palabras su modo de vida; un locutor de radio, que se dirige a la estación donde cada mañana inicia su programa, mientras se desata una terrible nevada. No es casual, ya que el juego de palabras inicial, aunque parezca absurdo y anecdótico, nos resitúa en una fantasía que habla de cómo el lenguaje muta dentro de nuestros pensamientos. En este caso es al revés, y son las personas las que se convierten en seres sin conciencia propia, no por un virus, sino por el misterioso uso del lenguaje, capaz de dominar sus mentes. Y como premisa es genial, aunque el film hubiese necesitado algo más de desarrollo, quedándose en una interesante vuelta a ese terror de bajo presupuesto, que apenas necesita efectos especiales, y que aplica sus toponimias en la imaginación del espectador, al que exige una capacidad de recreación y síntesis, a la que probablemente no suela estar acostumbrado.
Buen film, curioso film, bien interpretado, pero que se hace un pelín ininteligible cuando llega el momento de las explicaciones.
Saludos.
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