martes, 25 de mayo de 2021

Al final de la huida


 

Concebida como una especie de "western urbano", DRUGSTORE COWBOY supuso el gran espaldarazo de Gus van Sant, al menos en los circuitos independientes y de festivales, aupándole como la promesa más fehaciente del indie americano. La novela de James Fogle no era más que un compendio de su ajetreada vida, adicciones, robos a farmacias y entradas y salidas constantes de prisión. Una elección arriesgada para poner en imágenes, y más aún por la opción de algunos de los rostros jóvenes que más de moda estaban a finales de los ochenta. Matt Dillon se adueña de todo el film, eclipsando a unos ñoños Kelly Lynch, James Legros y Heather Graham, y componiendo un protagonista que encarna los miedos y convicciones de un yonqui, atrapado por la adicción y una huida hacia delante, en un juego del gato y el ratón con la policía que recuerda tanto al coyote y el correcaminos, o, en su tramo final, al cocodrilo que hostiga al Capitán Garfio. Van Sant implementaba su estilo, tan sobrio como imaginativo, y desafiaba métodos de narrativa convencional, con un estupendo uso de la voz en off, una relato perfectamente cerrado por dos reflexiones que el protagonista hace camino del hospital, y el marchamo de verosimilitud que ofrece poder contar nada menos que con William S. Burroughs, que interpretaba a un sombrío sacerdote adicto a tantas sustancias como uno pueda recordar. Una película que, aun con sus muchas imperfecciones, el tiempo ha demostrado que abría el camino a otras voces diferenciadoras, y que borraba de un plumazo la mayoría de prejuicios existentes entre el cine independiente y el comercial.
Saludos.

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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

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