lunes, 22 de mayo de 2017
La medida humana
Nos equivocaríamos de cabo a rabo si comparáramos en manera alguna FRANCOFONIA con EL ARCA RUSA. Ambas, dirigidas por el mismo director, indagan en las vísceras de un museo y también ambas se sirven de ello para elevar una plegaria humanista en favor de la humanidad como creadora de arte, pero también como observadora de ese mismo arte, por el que puede redimir sus pecados y temores. Sin idealismos ni arrogancia, Alexander Sokurov dispersa su complejo discurso en varias direcciones y vías temporales. Por un lado está la carta de amor inacabable al Louvre, más inmenso, hermoso y apabullante de lo que jamás ha sido mostrado en una pantalla; por otro, Europa, un continente en guerra, que sufre la devastación del nazismo y que se convulsiona ante su incierto futuro. Las obras contenidas en los museos, más vulnerables que nunca, son objeto de deseo de los invasores, pero también refrenan sus impulsos destructivos. Sobre esto reflexiona Sokurov con su habitual estilo, entre fantasmagórico y elegíaco, invocando a dos hombres en extremos separados pero que confluyen en la necesidad de preservar las obras tanto como los museos. El director del Louvre, Jacques Jaujard, y el oficial y noble Franz Wolff-Metternich, simbolizan el imposible, la concordia por el arte, quizá una vieja e inalcanzable aspiración del viejo continente; sin embargo, a miles de kilómetros, en San Petersburgo, los cadáveres se hacinan en el inacabable asedio alemán, y esto sirve a Sokurov para relativizar la importancia de los objetos, ambicionar la auténtica medida humana. El director, que se filma a sí mismo en su pequeño estudio, es el hilo y la voz conductora de este impresionante paseo por nosotros mismos, lo que hemos sido sin saberlo, y por ello adopta el mismo tono trágico e irremediable para hablar del holocausto nazi o de un carguero (un arca) que está a punto de hundirse en mitad de una tormenta. Su carga: cientos de obras de arte...
Sólo Sokurov.
Saludos.
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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...
2 comentarios:
Pues yo también casi me quedó dormido en el Louvre, soy más de Orsay.
Sin embargo y, tal y como dijo el crítico, el maestro Sokurov debe de ser la única persona en el mundo capaz de hacer una película sobre un museo que interese. Esta película es como si Rodríguez de la Fuente paseara por un taller de un taxidermista y nos contagiara la alegría de vivir.
Así y todo sigo pensando como Burt Lancaster en "El Tren".
Viva Labiche!!!
Esta película es muy necesaria hoy día. Mira como ninguna otra en el pasado para explicar el presente...
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