Aún más claro me parece el caso de THIEF, el flamante debut en la dirección de Michael Mann (pese a su larga trayectoria televisiva), que a día de hoy, aun pasando 40 años, sigue siendo un film incomprendido, pero al que deberíamos mirar con suma atención. Lo que hace Mann, literalmente, es abrir una puerta a un estilo (por mucho que él mismo odie esa palabra), entonces involuntariamente, pero sobre el que pivotaría el discurso de directores menos dotados para la creación genuina. Títulos como DRIVE o THE GUEST, que invocaban una especie de adoración por un tiempo (los 80), un espacio (las calles nocturnas y solitarias), y un protagonista lacónico pero con un férreo propósito, que no puede hacer más que perder. En este caso se trata de un ladrón, experto en abrir cajas fuertes de todo tipo, que, tras pasar 11 años en la cárcel, se plantea un último gran golpe y retirarse definitivamente. Nada que no hayamos visto antes, cierto, pero Mann transgrede el entramado clásico y ofrece una obra extraña, prácticamente posmoderna. Porque las nuevas generaciones han babeado mientras veían a Ryan Gosling desplazarse lentamente por las notas de Cliff Martinez; aquí, hay hallazgos visuales como la espectacular destrucción de una caja a más de 3000º, mientras Tangerine Dream desafía los scores tradicionales con su entramado de sintetizadores. Es un western, es cine negro, es un vistazo a la psicología del delincuente, y por supuesto es una película que nos da la razón a los que tantas veces hemos dicho eso de "ya se había hecho antes".
Mucho más apreciada en Europa que en América, llegó a estar nominada a la Palma de Oro (que no está mal para un debutante), e iniciaba el particular universo de su creador, quizá no tan original, pero luego mil veces imitado.
Saludos.
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