Hay al menos dos películas escondidas en el sincopado ritmo de STRAW DOGS, y no precisamente complementarias. Por un lado tenemos un thriller, narrativamente hablando, que explota mucho más tarde de lo usual, creando un clima de tensión creciente, hasta desembocar en un paroxismo terrible. Por el contrario, la atmósfera creada por Peckinpah nos lleva hasta los límites de la reflexión, otorgando al caos un poder omnímodo sobre la disertación filosófica ¿Qué es un hombre? ¿Para qué sirve entenderse? o ¿no tenemos todos nuestras propias razones? En la novela original de Gordon M. Williams (asimismo guionista no lo suficientemente reconocido) ya existía esta vocación, subversiva e incómoda, de aprovechar la palabra interior como símbolo de extrañeza, empujando a sus personajes hasta los límites de la moral. Y no ha envejecido demasiado bien, por mucho que rastreemos infinidad de títulos deudores de su "coreografía de la violencia", pero sigue siendo un film absolutamente recomendable como viaje iniciático para quienes pretendan establecer algún tipo de normativa curricular en estos tiempos de tanta planicie creativa. Es lo que siempre ha diferenciado a Peckinpah de otros coetáneos suyos, esa disposición a regalar con generosidad, por supuesto un trabajo retorcido y angustioso, pero también un salto adelante para derribar viejos clichés y estereotipos.
Y es un film que engancha sí o sí.
Saludos.
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