La sensación que queda tras ver PLEMYA (LA TRIBU) es que el director ha intentado por todos los medios sortear la diatriba del reto formal, consiguiéndolo sólo a medias. Sin diálogos audibles ni subtítulos disponibles, de no manejarse el lenguaje de signos es imposible entender qué se dicen los personajes, sordomudos todos, aunque a su favor juega que, sorprendentemente, es relativamente sencillo seguir la historia. Entiendo que la idea era montar un despiadado retrato generacional, situado en una residencia para sordos sin hogar, donde inmediatamente sabemos que opera un microcosmos mafioso, al que llega el protagonista, un adolescente que ha de adaptarse a unas reglas basadas en la violencia, el robo y la prostitución. Un pelín larga, se muestra reiterativa y sin aportar novedades argumentales, como si debiéramos entender que estamos ante una trampa de la que es imposible escapar. Como una bomba de relojería, abundan las escenas crudas, sin concesiones, algunas difíciles de sostenerle la mirada (especialmente el durísimo final), pero le falla la imposibilidad de sustraerse al reto cinematográfico. Filmar sin palabras, o la posible variante del cine mudo que nadie había imaginado antes.
Saludos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario