El cine de Darren Aronofsky, era cuestión de tiempo, sufre el peligro de darse la vuelta completamente. Ombliguismo, lo llamarán algunos, pero creo que es otra cosa, una especie de síndrome sufrido por los cineastas que no logran ir más allá de sus convicciones, que en este caso son muchas, las obtenidas, sobre todo, tras su colección de estampas epatantes, pero que no dejan de ser fulgores con infructuosa vocación de gran relato. Hay una cosa peor que el teatro flmado: el guion filmado. THE WHALE, más que una película, y parafraseando a su omnipresente protagonista, es un ensayo sobre las posibilidades del espacio único; para que no se escape el aroma a artilugio ingenioso, o para esperar que la intensidad entre cuatro paredes devenga en epifanía experiencial. Es mucho más sencillo que eso, y se fundamenta en trabajo de demolición de Brendan Fraser, que parece un exorcismo con patas, un muñeco vapuleado inserto en el corpachón que Aronofsky nos restriega en cada plano, regodeándose en la miseria de un tipo que se deja morir por una depresión desembocante en obesidad mórbida. Sólo existe una manera de no sucumbir ante esta pornografía, y es aceptando su circunstancia con modestia, como se paladeaban aquellos Estudio1 de antaño. El problema es que hay demasiada pedantería en su muestrario de baptisterio tiktokero, y en esa cursilería desaparecen gran parte de los esfuerzos de Fraser, muy esforzado, pero para nada genuino.
Les gustará si pecan con pizzas industriales...
Saludos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario