Otro cine de animación es posible. Muchos de ellos, de hecho. Más allá de las turbulencias dominantes de las majors, de vez en cuando nos topamos con alguna pequeña maravilla, como es el caso de LA JEUNE FILLE SANS MAINS, en la que Sébastien Laudenbach adaptaba un oscuro cuento de los hermanos Grimm, en un trabajo inclasificable y extrañamente bello, cuando por momentos parezca que su vocación sea feísta. Con una técnica directamente emparentada con el fauvismo, nos cuenta la terrible decisión a la que se ve sometido un molinero por un espíritu maligno, que le promete acabar con su riqueza si es capaz de cortarle las manos a su hija y entregársela como dote. Más allá de todo el simbolismo encerrado en sus epatantes imágenes, en constante metamorfosis, estamos ante un film de emocionante humanidad, lejos de moralinas incongruentes y sí con la lección aprendida de los maestros de la animación, en la que el atrevimiento formal debe equivaler a otro narrativo. En sus escasos 75 minutos, encontraremos belleza y bondad, fealdad y maldad, para seguidamente renunciar de la codicia humana o retozar en suntuosas imágenes de desnudos que se hacen uno y todo con el paisaje mismo.
Puede que su recato le reste apenas un punto para ser considerada una obra maestra, pero es un film magistral, poseedor de un encanto propio muy difícil de descifrar, pero que lo hace un clásico instantáneo.
Maravillosa.
Saludos.
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