Se me ocurre que hay una serie de películas a las que resulta imposible desligar de cierta memoria sentimental. Lógico cuando venimos de un mundo tan diferente al actual, donde los carteles promocionales de los estrenos podían encontrarse pegados en muroso colgados de las farolas. No era extraño, por tanto, que a un chaval de ocho años, como es mi caso, le hayan acompañado sensaciones que finalmente pertenecían a una imaginación sobrestimulada. Lo he comprobado de primera mano al revisar, por ejemplo, QUELLA VILLA ACCANTO AL CIMITERO, ya que aún me perseguía la curiosidad infantil por un título tan sugerente. AQUELLA CASA AL LADO DEL CEMENTERIO, con la ilustración de dicha casa, rodeada de tumbas y con un extraño ser blandiendo un cuchillo de cocina; no sería posible hoy día, pero entonces recuerdo ver el cartel en plena calle. Impresionaba, por supuesto, incluso aunque ni siquiera se accediese a la película. Verla cuarenta años después confirma dos cosas: que ha envejecido fatal y que hay títulos que se sobreponen a la calidad del film que anuncian. Es una sensación extraña, pero genuina, y por tanto destacable.
Yo sólo la recomendaría a los muy cafeteros, lo tengo más que claro.
Saludos.
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