CANDY LAND es un interesante intento por volver al grindhouse más desprejuiciado y libérrimo, a través del día a día de un grupo de trabajadoras sexuales, enclavadas en una especie de estación de paso en una solitaria y montañosa región en Montana. Todo el preámbulo, y pese a las evidentes carencias presupuestarias, consigue atrapar ese cine rugoso e imperfecto, donde se puede palpar la dureza de este grupo, que se cuida mutuamente ante el desarraigo común. El problema sobreviene por la necesidad de introducir el elemento terrorífico, desembocando en un slasher de manual, demasiado previsible, y que difumina el retrato de personajes, como si de repente Swab ya no supiera qué más hacer con ellos, excepto abandonarlos a merced de los tópicos. Podría (y debería) haber sido más atrevida, porque no es común toparse con títulos que desafíen abiertamente el modo de rodar normativo. Desgraciadamente, John Swab nos ofrece sólo apuntes, porque incluso la imperfección necesita ser pulida.
Saludos.
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