Hay dos problemas fundamentales a la hora de enfrentarse a la reciente versión de REBECCA, y ninguno hace referencia a la idoneidad de ser arrogante, pensando que se puede ni siquiera rozar la obra maestra de Hitchcock. No, porque el problema proviene de su director, Ben Wheatley, cuyo marcado carácter cinematográfico, caótico, corrosivo y muy destroyer, no parece el más indicado para dotar de ritmo y sentido el enmohecido y siniestro texto de Daphne du Maurier. Le vuelve a pasar a Wheatley, que se quita del cartel para dar paso a un obediente y funcionarial artesano; que demuestra conocer muy bien su oficio (baste el interesante arranque en Mónaco), pero sabe que está aquí para otra cosa. Y me pregunto qué hubiese pasado si el director de la fabulosa KILL LIST hubiese mantenido el trasfondo, tan sólo para moldearlo hacia su terreno. Podría haber salido una magnífica anomalía, como esa deliciosa barrabasada que era SIGHTSEERS, y no una (mala) copia en colorines de una historia que (ahora lo sabemos) sólo se podía contar en Blanco y Negro.
Del casting no digo nada, excepto que parece una afrenta o una broma de pésimo gusto. Excepto Kristin Scott Thomas, no se salva ni uno.
Lo mejor, la estupenda banda sonora del gran Clint Mansell.
Saludos.
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