Tengo varios sentimientos encontrados respecto a la T4 de FARGO. Por un lado, la historia, no por mil veces repetida, es capaz de encontrar admirablemente su propio camino, e incluso ir siempre un pasito más allá de los lugares comunes, y aquí hay muchos. En cambio, me pregunto dónde están los puntos de unión con el universo al que teóricamente debemos remitirnos. Porque, digámoslo ya, esta temporada, curiosamente, no se parece a FARGO sino a otro film de los hermanos Coen. Esta temporada se parece, y mucho, a MILLER'S CROSSING. Y es que Noah Hawley nos lleva al mundo de las mafias, al de esas "familias" enfrentadas durante generaciones, ávidas por tener el mando absoluto de la ciudad en cuestión, que en este caso es Kansas City. Así, el primer episodio queda consagrado a una extraña liturgia, en la que los jefes de los dos clanes intercambian a sus hijos, para asegurar que ninguno romperá el pacto de no agresión. Primero son los judíos y los irlandeses, y más tarde los desbancan negros e italianos. Sobre esa base gira el argumento entero de la temporada, con multitud de traiciones e inesperadas alianzas; con una policía corrupta y una ciudad a merced de la impunidad de estas mafias, operando bajo "negocios respetables". Luego están, es cierto, el habitual baile de secundarios, que suelen ser los enclaves del espíritu de FARGO, y reconozco que Hawley despliega un alarde de imaginación, pues la mayoría, aunque cumple su misión, parecen añadidos, extensiones de "lo que de verdad importa", que son los diálogos lacerantes, las miradas chungas y los tiroteos. Puro cine de mafiosos, y no tanto de la marciana psicopatía que es el verdadero sello de la serie y de la película original. Por otro lado, el reparto es complicado de asimilar, porque es complicado ubicar a Chris Rock o Jason Schwartzman tan alejados de sus roles más característicos. Y sí que brillan, por ejemplo, los veteranos Glynn Turman y Francesco Acquaroli; la subtrama interpretada por Jack Huston y Timothy Olyphant; o la verdadera revelación (ligeramente desaprovechada), que es la desconcertante enfermera a la que da vida la cantante irlandesa Jessie Buckley.
Una temporada, en fin, extraña, aunque con entidad propia. Que, contraviniendo todas las leyes no escritas de las series, acaba en un pequeño anticlímax de poco más de media hora (el episodio más corto de todos), y deja un epílogo sin palabras que conecta esta temporada con la segunda, en una decisión que como poco es ambigua.
Puede verse.
Saludos.
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