Reconozco mi desconexión con la mayor parte del cine de David O. Russell, un director que parece querer ser original a toda costa, hipotecando incluso la verosimilitud de sus historias, cuando no directamente zambulléndolas en un sinsentido sin pizca de gracia. Sin embargo no siempre fue así, y en los primeros títulos de Russell se puede rastrear a un contador de historias genuino y sin miedo de ir un paso más allá. Puede que justo hasta I HEART HUCKABEES, de 2004, tras la que se tomó un intervalo de seis años, puede que para reordenar su vida, cosa que como digo no creo que le haya favorecido precisamente. Con un planteamiento que va de lo absurdo a lo directamente ininteligible, esta especie de comedia, de reparto estelar y tendencias filosófico-suicidas, comienza con su protagonista, un idealista cuya misión en la vida parece girar en torno al sabotaje de "Huckabees", un centro comercial que encarna a toda la frivolidad del mundo moderno. Para apoyar su causa, contrata a dos detectives "metafísicos" (sí, aquí debería concluir la reseña), que no sólo van a reunir pruebas físicas y tangibles, sino que piensan desenmascarar la ética misma del proyecto. Efectivamente, es una gilipollez, pero una mucho más inteligente y finalmente humilde que muchas otras historias bigger than life que tanto le gustan a Hollywood para lavarse la cara de tanto en cuanto, lo que deja una sensación rara una vez ha acabado, la de una película que te ha contado algo muy grande que no sabes qué es, y que además lo ha hecho en el salón de tu casa, casi con una taza de cacao humeante en las manos...
Extrañamente hermosa, o hermosamente extraña.
Saludos.
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