THE WHOLE TOWN'S TALKING es uno de esos pocos casos en los que cuesta encontrar la mano de John Ford en la dirección. Y no es que sea una mala película, pero quizá sí una película escurridiza en el tono, que pasa con demasiada brusquedad de lo serio a lo jocoso; y pese a que sea el tono cómico el predominante, la historia contiene graves puyas en torno a un tema central: la manipulación. Lo primero que choca es el protagonismo de Edward G. Robinson, un actor todo carisma, pero no con la cintura suficiente para el complicado reto de interpretar a dos personajes idénticos en lo físico, pero opuestos en su carácter. Escrita por W. R. Burnett ("La jungla de asfalto", "Little Caesar") como un cuento titulado "Jail break", casi toda la primera mitad es dedicada a explicar al apocado Jones, un gris oficinista con ínfulas de escritor, secretamente enamorado de una compañera (una chispeante Jean Arthur) y con una monótona vida de soltero con gato y canario. De repente, su vida da un giro de 180º cuando es detenido, dado su idéntico parecido con el sanguinario gangster Mannion, que acaba de escapar de la cárcel, dejando a dos policías muertos. Aquí radica el principal escollo, en acoplar no tanto dos personajes tan opuestos y condenados a encontrarse, sino en superar los destellos (menores) de screwball comedy con los que arranca el film, para terminar en un desenlace más cercano al suspense, toda vez las constantes confusiones sufridas por Jones lo llevan a una situación psicológica casi insostenible. Aun así, tiene bastantes cosas salvables, como los insertos cómicos del guion escrito por Riskin y Swerling, o esa falsa condescendencia con la que es tratado el protagonista, en contraste con el poderoso y despótico Mannion.
¿Título menor?... No diría tanto, pero quizá sí haya que hablar de un encargo en el que Ford puso el entusiasmo justito.
Saludos.
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