martes, 2 de abril de 2019
La clase de Lubitsch #10
DIE AUSTERNPRINZESSIN (LA PRINCESA DE LAS OSTRAS) es una divertidísima comedia, alocadísima comedia, probablemente la primera película en la que realmente se puede hablar del celebérrimo "toque Lubitsch" y la que con toda probabilidad le abrió las puertas de Hollywood, incluso antes de que él mismo lo supiera. Vista hoy, nada menos que un siglo exacto después, sorprende la modernidad y libertad con la que Lubitsch era capaz de desarrollar una idea, por descabellada que ésta pudiera ser, y quedan aquí plasmadas muchas de las obsesiones recurrentes del director alemán. Lo primero que llama la atención es que se la trama ocurre precisamente en Estados Unidos, donde el gran magnate de las ostras, Quaker, se aburre opulentamente junto a su hija, que sólo quiere casarse cuanto antes y abandonar su monótona vida. El problema de Quaker es que ningún candidato le parece a la altura de su inmensa fortuna, por lo que decide tirar por la calle del medio y contactar a un aristócrata arruinado, con la certeza de que su carestía le obligará a aceptar, al tiempo que añade un título nobiliario a su propio abolengo. El problema es que el príncipe Nucki es un juerguista alérgico al matrimonio, por lo que envía a su amigo y asistente a "sondear el ambiente"; sin embargo, todo se sale de control y es el propio asistente el que termina casándose accidentalmente con la rica heredera, creyendo ésta que se trata del príncipe. En sólo una hora, Lubitsch pone todo patas arriba, adelanta las claves de la comedia de enredo y utiliza un humor absurdo que ríase usted de Monty Python. Ossi Oswalda está una vez más deliciosa en su papel, y brilla en las escenas de la preparación al matrimonio, la interminable espera a la que somete a su "pretendiente", que termina por preguntarse por qué lleva varias horas esperando o el inenarrable combate de boxeo femenino que organiza para disputarse al simpático borracho que ha llegado por casualidad a su casa, y que no es otro que el verdadero príncipe.
Simplemente maravillosa, yo he tenido que verla dos veces para admirar doblemente lo modernísimo que era Lubitsch en 1919, y no tiene desperdicio...
Saludos.
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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...
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