lunes, 7 de octubre de 2013
Ver por obligación
Lo que menos me gusta de Andy Warhol es su normalización, lo perfectamente aceptado que ha terminado por estar en una sociedad contra la que siempre intentó escupir, cuando no directamente llamarla estúpida. Warhol en el cine es poca cosa, no me atrevo a decir nada más allá; ceñido a una experimentación primaria, valiosa, es cierto, para posteriores exploradores, pero de escasa consistencia formularia ¿Es más importante, por ejemplo, una duración excesiva que una complejidad argumental (EMPIRE, CHELSEA GIRLS)? Porque en VINYL, precisamente, ocurre todo lo contrario, y Warhol emplea 70 minutos de cámara fija para contarnos lo que un poco más tarde Kubrick convertiría en un hiperestilizado nomenclátor de violencias en A CLOCKWORK ORANGE. No nos llevemos a engaño, ambas películas no tienen nada que ver entre sí, y lo que parece interesar más a Warhol es ruidizar el escenario, que la violencia sea topografía y los cuerpos surjan como manchas en la oscuridad. Casi como un itinerario sadomasoquista, su espeso metraje transcurre entre declamaciones, paseos, interrogatorios y hostias; siempre con un agresor y un agredido llenando el centro de la pantalla ¿Resumir el resultado? Asombroso para 1965, un poco menos hoy día...
Saludos.
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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...
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