jueves, 13 de diciembre de 2012
En frívolo
Recordemos que, para llegar a ser el inescrutable ogro (eso no lo pienso yo, pero lo transcribo) que es ahora, Godard ha transitado un camino fílmico repleto de curvas, meandros y toda clase de recovecos; recursos que, observados con detenimiento, difícilmente pueden ser aunados bajo un solo gobernante o denominador. Se habla de la "época colorista", la "abstracta" o la militante; a mí me gusta pensar en Godard según sus películas, sin más pamemas ni engolamientos, como un director y no un instaurador; un experimentador, sí, pero cuyos ensayos persiguen un fin que, según sus propias palabras, quizá, y sólo quizá, ahora, y ya octogenario, ha logrado reducir a su esencia misma. Una película que me parece muy ilustrativa acerca del porqué de la exégesis "godardiana" (odio esta palabra tan útil...) es UNE FEMME EST UNE FEMME, su segundo largo y, casi sin tiempo de tomar aliento (chistecito al canto), marcaba una ruptura absolutamente radical respecto a Á BOUT DE SOUFFLE. Este bello gesto, que tanto echaríamos de menos en nuestros engreídos contemporáneos, no es tanto caligrafía como alquimia de un corazón que ama las formas tanto como los fondos, y que no elude cierta asimetría residual en tanto que, a la manera de un terrorista de las ideas, primero hace estallar para seguidamente polinizar la polémica resultante. Si ese mismo año (1961) François Truffaut ya había galvanizado las posibilidades de un amor (imposible) a tres bandas en JULES ET JIM, lo que Godard proponía era aún más osado, nada menos que la construcción de una feminidad al tiempo voluble y granítica, una mujer que estaba dispuesta a dejar atrás fantasmas y cadenas, pero sin renunciar a su voluntad como diferencial de dos opuestos (dos mejor que uno...), el macho dominante y el macho sumiso, ambos tan insidiosos como poco efectivos. Y más allá del ideal romántico, este imposible, mollar triángulo, formado por la inigualable Anna Karina, el reposado Jean-Claude Brialy y un Jean Paul Belmondo menos misterioso que su mítico antecedente, pero más chuleta aún si cabe, compone un cuadro en movimiento que tan pronto pone en cuestión a la familia tradicional como propone, casi sin pretenderlo, la deconstrucción del relato clásico a base de bombardearlo con diferentes usos o géneros. Es como si a alguien le diese por rodar un culebrón con la estética del melodrama clásico, lo engalanara con números musicales y el resultado no tuviese nada que ver ni con una cosa ni con la otra. Es romper desde dentro, cuestionar al mismo tiempo que se crea una obra; sentar las bases y allanar el camino (puede que todo lo contrario) para cualquier generación posterior, cualquiera que se atreva a seguir dicho camino sólo para borrarlo y encontrar el propio. Si la teoría no les dice gran cosa, prueben, cómo no, con la práctica y véanla...
Un saludo... es un saludo.
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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...
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