Mirando de reojo al famosísimo y enigmático cuadro de Grant Wood, así se presentó hace cuatro años esta insólita cinta. Insólita por venir de donde viene, de un país con nula tradición cinéfila; pero sobre todo por la apuesta ética y estética, que uno no sabría muy bien dónde ubicar ¿Rudolph? ¿Kaurismaki? ¿Jarmusch?... Complicado, la verdad. Porque WHISKY no habla exactamente de nada, pero da buena cuenta a través de sus imágenes de la paupérrima situación de un país, Uruguay, que se mueve a la deriva entre el ostracismo y la desvergüenza; la dignidad callada y el aburrimiento más soberano. Y de aburrimientos varios va la cinta de Juan Pablo Rebella y Pablo Stoll... o de sentimientos reprimidos, o de cobardías vitales. De un montón de cosas que hay que ir descubriendo a través de su morosa narrativa o de nada en particular... Como si la propia película fuese contagiándose de la apatía de Jacobo, un gris y mínimo empresario, dueño de una gris y mínima tienda de medias, que cuenta con una única y autista empleada, Marta. Todo ocurre igual todos los días ¿pillan la metáfora?, hasta que el el hermano de Jacobo, que vive en el extranjero, se presenta un día y trastoca toda esa exasperante inmutabilidad.
En Whisky asistimos a una lección de contención, como si de repente Buster Keaton se hubiera nacionalizado uruguayo y hubiese querido resumir la historia de este nada sudamericano país en apenas hora y media de miradas esquivadas, monosílabos, gestos absortos y postales desoladas detrás de esa ficticia e imposible pareja que debe decir "whisky" para poder sonreír en la foto.
Saludos on the rocks.
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