¿Cómo abordar la inabordable figura de Ludwig Wittgenstein con un estilo sobrio a la par que ameno; surrealista al mismo tiempo que profundamente respetuoso con la obra y pensamiento del "mayor filósofo de la historia"? (nótese el entrecomillado).
Bien, pues Derek Jarman logró, a la inversa, lo que otros autores más sesudos han errado. A la inversa porque el peor mal del autor es la presunción de genialidad; porque he visto numerosas películas que hablaban de gilipolleces integrales haciéndose pasar por la octava maravilla. Así, lo de Jarman es prodigioso, al presentar los aspectos fundamentales de la teoría filosófica de Wittgenstein como si de un simple juego se tratase: el pensador dialoga consigo mismo, su alter ego juguetón y descreído, en este caso un marciano (genial) y se desespera al entrar en conflicto constante (lo lúdico y lo trascendental). Alrededor suyo, una pléyade de personajes no menos significativos: Bertrand Russell, al principio admirador y luego enemigo; Maynard Keynes, único y piadoso amigo del filósofo; Lady Ottoline, perversa devoradora y acentuadora de la homosexualidad de Wittgenstein, su reverso tenebroso. Todo ello en un escenario teatral, el que sirvió a Jarman para desarrollar su "fragmentarismo" en obras anteriores como CARAVAGGIO.
Derek Jarman, ferviente defensor de los derechos de los homosexuales, murió de Sida en 1994, sólo un año después de rodar, ya enfermo, esta lúcida y necesaria semisátira sobre el contradictorio mundo interior de una mente que aspiraba a solucionar todos los problemas humanos... Lo dijo el propio Wittgenstein en el Tractatus...
Saludos de un filósofo venido a menos.
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