Volvamos a Sitges con una película que puede traer a engaño, y no en el mal sentido. Producida por Pablo Larraín, BRUJERÍA se nutre de la mirada documentalista de Christopher Murray (de consolidada trayectoria en ese terreno), para armar un a veces demasiado críptico informe sobre la persecución sufrida por los indígenas en la isla de Chiloé. Esto no es exacto, pero nos sirve para desentrañar su moroso argumento, impactado de exuberantes postales naturales, en un lugar en el fin del mundo, donde el mar es bravo y nunca deja de llover. Allí, un terrible suceso desencadena otras acciones también terribles. Envuelta en la razón de la venganza, Rosa la pide al gran brujo local, que se muestra reticente, pero que verá en la joven a una posible sucesora, así que decide ayudarla. La razón: el brutal asesinato de su padre a manos de sus patrones, unos alemanes afincados en la isla. Lo más interesante termina siendo esa dualidad entre las costumbres ancestrales y atávicas, y la supuesta prosperidad proveniente del antiguo continente, en un choque de culturas sencillamente irresoluble. Es un film muy interesante por lo que cuenta, sin apoyarse en truculencias gratuitas, pero le falta mayor claridad gramática, entenderse con el espectador, teniendo en cuenta que no es un argumento tan complejo. Es eso lo que le resta algún punto, y la deja en una liga muy diferente a, por ejemplo, los conceptos éticos y estéticos en los límites de la civilización de Lisandro Alonso, que es a quien me temo quiere parecerse en demasía.
Saludos.
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