Tan mala como parece, incluso aún peor. Mala con avaricia, y por mera incapacidad de sus perpetradores, porque WINNIE THE POOH: BLOOD AND HONEY parte de una idea que sobre el papel es muy original. Como ya contamos ayer, Christopher Robin se hace mayor y se marcha del bosque de los Cien Acres, dejando a sus amigos, suponemos, con cierta tristeza. Aquí, en un prólogo animado que no está nada mal, lo que se nos cuenta es que Pooh y Piglet no gestionan bien el asunto, y desarrollan una especie de psicopatía que les llevará a masacrar lo que se les ponga por delante. Con brevedad, BLOOD AND HONEY es un slasher chusco, de la peor calaña; con una realización deficiente, unas decisiones de guion indefendibles y una sensación final de desvergüenza generalizada, como si estuviésemos ante una comedia involuntaria que no sabe que lo es. Cuando me enteré de su loca premisa me negaba a creer que fuese tan chunga, pero no hay duda: estamos ante una de las cosas más infectas de este año. Podría explicarles algo más, pero no merece la pena. Caretas de goma, influencers, selfies, jacuzzis, rednecks ¿ingleses?, chavalas clónicas (no se sabe quién es la protagonista), Robin que está y luego desaparece y luego vuelve a estar. Y lo peor de todo: promesa de secuela...
Hacía tiempo que no veía algo tan horriblemente miserable.
Saludos.
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