Los rencores. Las rencillas. Los miedos. La envidia. El nido frío de la alimaña bajo un sol que abrasa las miradas. Los intereses creados. Los muertos deseados, mostrados como trofeos. La caza. Carlos Saura filmó una de las películas españolas más viscerales, inclasificables y rompedoras de todos los tiempos. LA CAZA es todo ello, dinamitado en un tiempo que parece muerto, suspendido; con la eficacia de la narración fuera de campo, siempre en alusión a otra circunstancia, pero en sibilina concomitancia. El coto de caza como el campo de guerra ("La Guerra"). La amistad defraudada por los celos, el interés por el que se mueven quienes sólo ven lo inmediato. El aprendiz de todo ello, de todo lo malo. El desencantado cínico, ahogado, de culturilla barata, como si tuviese algo decisivo que decir a cada instante. El sexo machista, de posesión material ("los conejos"). Las madrigueras en el suelo, repletas de conejos con mixomatosis. Los agujeros en el monte, donde se guarecían los resistentes, los fantasmas. Los disparos vuelven a atronar. El guarda, miserable, cojo por cepo, el único que dejaron con vida, un mayordomo que existe por casualidad, que caza con hurón. La niña, manchada, analfabeta, extasiada ante los marcianos que se han dignado a traer sus escopetas, sus revistas de chicas, sus discos yeyé, en un LandRover sin techo. Con las primeras horas, ya el brandy, que envalentona y saca los secretos enterrados, como conejos de una madriguera.
Se puede hacer un western psicológico, y se podía hacer en España.
Magistral. Obra maestra absoluta.
Saludos.
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