Concurría Juan Diego Botto a los Goya con EN LOS MÁRGENES, su primer largo. Y nos sirve, por ejemplo, para dar curiosa réplica a la reseña de ayer, en la que objetivábamos un cine preocupado por no perder los rieles de la forma, cuando aquí el problema es diametralmente opuesto. Por lo que cuenta, EN LOS MÁRGENES es más que una buena película, es necesaria y es honesta consigo misma, incluso con sus fallos, que son muchos. Con el trasfondo de la crisis económica, que ya nos resulta hasta difícil ubicar en el tiempo, Botto construye una historia coral de personas a punto de perder sus casas por la usura de los bancos (y la repugnante connivencia de los políticos, que luego irán a pedirle el voto), de perder la custodia de los hijos, porque ésta es una película de perdedores, no como los neoliberales entienden el zoológico de winners & losers, perdedores reales, que en la mayoría de los casos ni siquiera saben cómo han llegado a esa situación límite. Lo mejor es el ritmo, frenético, asfixiante, que entrecruza estas vidas navegando por esos márgenes donde no interesa mirar. Lo peor es, llegado el momento, saber dónde y cómo poner la cámara, o la música, o el diálogo; hacerlo sin caer en una sensiblería de anuncio de loterías que resta mucho del empaque que le da, por ejemplo, el buen hacer en los tour de force más teatrales, donde Botto se muestra más cómodo. Hay que verla, de todas formas. No basta con dar limosna si uno no sabe de dónde parte el problema; el caso es que lo sabemos, pero el miedo paraliza. Te puede paralizar al ser desahuciado, pero también por no querer pensar en que un día nos podría tocar a cualquiera.
Al menos, creo que estamos ante una película que intenta que todos seamos un poco mejores, y no veo lo malo en ello.
Saludos.
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