Vayamos con la tercera temporada de FARGO, que por motivos puramente agendísticos se me ha demorado más de tres años, aunque nunca es tarde... Y tengo sentimientos encontrados respecto a esta temporada, que en su tarea descriptiva es memorable, pero deja la sensación de no saber atar tantísimos cabos sueltos; o lo que es peor: pecar de exceso de confianza en que, de una forma u otra, esa "conspicuidad" inherente a la franquicia le sacará de cuanto apuro surja. Y algo así tiñe cada decisión tomada por Noah Hawley para esta T3, conformando el tejido mismo de un relato que, incomprensiblemente, parece desdeñar la excelencia, a la que roza durante gran parte de sus primeros episodios. Esta temporada es endiabladamente, conscientemente compleja, comenzando por una apertura cuyo único nexo es puramente "espiritual", abrazando un derribo de la cuarta pared en clave beatífica, o permitiéndose el lujo de un cierre que más que quedar en el aire se adivina tan etéreo como su principal protagonista. Lo que aprovecho para romper una lanza en favor de un reparto arriesgado y controvertido, pero nunca casual. Ewan McGregor trenza un trabajo colosal y muy matizado, al interpretar a dos hermanos gemelos aparentemente diferentes, pero que terminan revelándose con más puntos en común de lo que creían. Carrie Coon es el elemento más reconocible respecto a ese probable "universo Fargo", aunque su mujer policía es menos ingenua y más analítica. Mary Elizabeth Winstead comienza en los márgenes y termina prácticamente acaparando gran parte del protagonismo. Y Michael Stuhlbarg (otro ilustre "coeniano") se luce como el muy sufrido mano derecha del "hermano ganador" (¿he dicho que el otro es un perdedor?). Aunque deberíamos hacer un punto y aparte sobre el trabajo del británico David Thewlis, porque V. M. Varga queda en la retina mucho tiempo después de acabar la serie, suscitando infinidad de preguntas y apenas otorgando vagas certezas. Casi más un fantasma que una persona, Varga es un destructor de personalidades débiles, un embaucador y un contador de historias, que no deja de analizar a su alrededor mientras hipnotiza a la víctima con su anestésico relato. Así, el empeño de Hawley es inalcanzable, y posiblemente hubiese necesitado tres temporadas para sólo ésta, y la sensación, insisto, es la de que las ideas estaban ahí, van surgiendo poco a poco, todo va encajando a la perfección, pero el remate parece precipitado y demasiado convencional para lo prometido en diez episodios trufados de multitud de referencias. Hay una presentación con "Pedro y el lobo", una historia deudora de WALL·E, e incluso guiños a los Coen (esa bolera...), por lo que hubiesen faltado más historias de Varga y menos tiros. Y aun así, puede que estemos ante gran temporada... o no...
Saludos.
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