En 2014, Abel Ferrara, impulsado por la dificultad a la hora de financiar proyectos, decidió marcharse a Italia para materializar una idea a la que llevaba varias décadas dándole vueltas. PASOLINI es, como casi todo el cine del neoyorquino, profundamente personal, respetuoso a su manera con la figura del maestro, pero buscando siempre la distancia necesaria para no caer en falsos manierismos. Y Ferrara cae, pero siempre son los suyos, y por eso su cine es reconocible, incluso en lo complicado que suele ponerlo a la hora de transcribirlo. Comenzando por la elección de Willem Dafoe, sabemos que no estamos ante un biopic al uso, sino ante los hechos tal y como Ferrara sabe, cree saber o imagina que fueron, empezando por la escasa duración (80 minutos) y la cantidad de cosas que quiere insertar, algunas más afortunadas que otras. La grave elipsis que enlaza el principio con el final habría dado para un corto impresionante, con un Pasolini intentando defender su postura artística y filosófica ante un mundo y una sociedad que le admiran sin comprenderlo; ello desemboca, cómo no, en los terribles sucesos acaecidos en la playa de Ostia, filmado con su habitual sequedad por Ferrara. Por el camino quedan decisiones no del todo justificables, como la aparición de Ninetto Davoli, la orgía entre gays y lesbianas o un par de historias contadas por otros personajes, y que acaban por disolver gran parte de la fuerza potencial de una película, no obstante, que se nota que simple y llanamente debía ser hecha por su director. Su carta de amor, o de despedida.
Saludos.
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