martes, 30 de abril de 2013

Un cambio de piñón en montaña



Resulta poco menos que inquietante que tenga que venir el último diletante a recordarnos un par de cosas acerca de tirarnos a la bartola (críticos), mirarnos el ombligo (directores), vivir frente al espejo y de espaldas a los ojos (actores) y alimentar a un mostruo que hace tiempo que murió (espectadores). El cuadrilátero mágico del cine ya no existe, pero la poesía sí; o: el cine es susceptible de fenecer como arte (aunque no como negocio), pero la poesía no. En HOLY MOTORS, Leos Carax parece decir: el cine agoniza, agarrémonos a la poesía para intentar salvarlo o sólo quedará el eterno retorno de lo idéntico... y será muy aburrido. No veamos, por tanto, HOLY MOTORS como una narración (aunque sea una de las narraciones más claras y sencillas que he visto en cine desde hace tiempo), sino como una demostración de qué se puede hacer aparte de repetir los mismos esquemas una y otra vez ¿Apela al surrealismo?: sí, pero Franju está muy presente también (no es casualidad que la conductora de la limusina sea Edith Scob), y Franju fue otro punto de fuga desde el surrealismo hasta la modernidad, así como Bresson raquitizó el cine clásico para buscar "otra forma". Aún más: HOLY MOTORS no es un homenaje al cine mudo, sino (también) otra demostración de fisicidad en mitad de la vorágine virtual; la danza ante la pantalla verde parece un baile de estrellas y la imagen primera, los cuerpos, terminan por dar paso a su propia descorporeización y transformación en un burdo videojuego. Pero es que también hay tiempo para un grito de furia sin palabras; en el interludio, una banda de música avanza amenazante hacia la cámara (¿los espectadores?). Carax convierte a Lavant, el hombre de las mil caras, en un indómito monstruo que sale de las cloacas y se pasea por un cementerio cuyas lápidas rezan "visit our website"!!! Es la anarquía del creador libre, brutal, que devora las flores y agrede físicamente; un ser que nos repugna pero que, como al ridículo fotógrafo de moda, nos fascina... porque es lo único diferente. También hay un momento, ya al final, para el musical, o mejor dicho: para ejemplarizar la derrota de Mr. Oscar a través de un amor trágico que sólo puede despedirse cantando. Es una escena bella y terrible con una inesperada y estupenda Kylie Minogue cantando una composición de Neil Hannon. El final de HOLY MOTORS (pero exactamente igual que el principio) nos deja indefensos, tal vez irritados, puede que con las pilas cargadas de nuevo; es un final que podría haber filmado Buñuel o Tati, una rúbrica que casi parece decir: "Buenas noches. no queda nada más por poner en imágenes". Es entonces que Carax nos muestra qué son esos motores sagrados: un puñado de lujosas limusinas que temen dejar de servir para algo porque la "máquina visible" ya no tiene interés ¿Es eso lo que queremos hacer con el cine? ¿Cambiaremos limusinas por pequeños Peugeot 205?
Saludos sacrílegos.

2 comentarios:

Mister Lombreeze dijo...

Muy irregular pero con momentos muy interesantes. La película te mira por encima del hombro, pero bueno. Pecado venial de artista.

dvd dijo...

Los caballeros las prefieren inteligentes... El final me parece una absoluta genialidad.

... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!