La metáfora en cine se vende cara. Es dífícil de construir en condiciones. Y más aún en el cine comercial, más dado a la estructura de guion más convencional. Y en el cine comercial actual, aún más. Y en el que se fabrica a toda prisa en las plataformas, ni te digo. Por eso, me parece justo darle un voto de confianza a una película como NO ONE GETS OUT ALIVE, que es una serie B hecha para el fondo de catálogo de Netflix, pero que aun así tiene un par de aspectos interesantes y reseñables. Uno es el estupendo trabajo de los actores, con la desconocida Cristina Rodlo (proveniente del culebrón mexicano) al frente. El otro proviene precisamente de este trabajo actoral, y es la escurridiza atmósfera que Santiago Menghini capta, y que casi no necesita el elemento sobrenatural para sobrecoger. Sí, se trata de una historia de fantasmas, o de espíritus, o de otras cosas más indefinibles, pero hay minutos de calidad cuando Menghini persigue el rostro angustiado de Rodlo en su desesperada peripecia vital en un Cleveland inhóspito, tras llegar ilegalmente para buscarse la vida. Ahí comienza a fraguarse la metáfora, de la misma forma que Jordan Peele retuerce el género para entroncar con la denuncia racial, y que cuaja en el opresivo ambiente de la casona en la que se hospeda, y donde todo es extraño, desde el hosco dueño hasta las esquivas inquilinas. El desenlace, aunque bien rodado (hay que satisfacer la cuota), no deja de ser el esperado, y por ello menos sorpresivo. Antes, la falta de dinero, la posibilidad de entregar la dignidad para sobrevivir, o la imposibilidad de encontrar a alguien en quien confiar plenamente, ahí sí había una historia tremenda para haber desarrollado, pero lo advierto en la primera frase...
Interesante.
Saludos.
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