Las leyendas sólo pueden filmarse de una manera, aguardando la épica mientras los acontecimientos contribuyen al entendimiento. Hay un buen puñado de momentos magistrales en MY DARLING CLEMENTINE, y luego está el todo, el trasfondo vital que engulle cada frase y cada acto. Y también está lo que no se ve, la atmósfera opresiva de Tombstone, que encarna a la perfección ese espacio mítico (mitificado), de un Oeste más depauperado que salvaje. Primero está la huida hacia delante de Wyatt Earp junto a sus hermanos, cuyas razones, sin que las sepamos nunca, quedan más que claras en el primer y demoledor encuentro con Clanton, que no aceptará una negativa a la venta del ganado. Luego, la tragedia; el hermano pequeño de Earp muere, y éste queda ya atrapado en Tombstone, de nuevo como sheriff, en un intento de buscar venganza a través de la justicia. Sin embargo, todo se tambalea con la llegada de Doc Holliday, un hombre atormentado y complejo; enfermo, ácrata, bebedor, adorado y odiado, amado y temido. Como dos caras de la misma moneda, Earp y Hollyday confirman aquel espacio mítico en sus opuestas aunque complementarias actitudes. No coinciden en nada, pero están obligados a entenderse. Y de repente, el interludio, con un actorcillo ambulante, borracho, declamando a Shakespeare delante de los malvados, que sólo entienden la fuerza bruta, mientras la elocuencia de Hamlet acentúa ese clima irrespirable, insoslayable. Y es curioso cómo la memoria sentimental nos lleva indefectiblemente al duelo en el OK Corral, que ya es el culmen de la epopeya, fordiana y del western, aunque en realidad sea lo que menos importa, habida cuenta del despliegue anterior, un preámbulo, extenso y fantasmal, de todo lo que no vuelve, para quedarse siempre ahí...
Obra maestra absoluta.
Saludos.
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