martes, 12 de mayo de 2020
Entonces, como ahora...
Mike Leigh abre su último film con un soldado desorientado, en mitad de un campo de batalla, tocando a duras penas la trompeta. Toda una declaración de intenciones, de Waterloo a la Plaza de Saint Peter, que histórica (e irónicamente) adoptaría el nombre de "Peterloo". Está todo dicho, pero Leigh no se conforma con el peso de la Historia, sino que necesita mostrar el detalle, la consecuencia tanto como la inevitabilidad de un proceso de hartazgo de la clase obrera, enfrascada en años y años de miseria y guerras, mientras las clases acomodadas engordaban, mirando con recelo y algo de náusea lo que acababa de ocurrir en la vecina Francia. Con 76 años, el director británico amplía el campo de visión ya apuntado en Mr. TURNER, para crear un impresionante fresco absolutamente intemporal, una obra magna que bebe tanto de la pulcritud de Kubrick como de la fiereza e instantaneidad de Ken Loach; siempre manteniendo la tensión, con la vocación de no dejar a nadie fuera del foco. PETERLOO es más que una crónica, es una constatación, pregnante, misericordiosa, despiadada, vencedora en su exposición de razones, perdedora al tener que ceñirse a aquellos infames minutos de la historia británica, donde murieron hombres, mujeres y niños, por cometer el terrible crimen de querer luchar por sus derechos, hartos de morir de hambre y agradecer por ello. Y advierto: desesperará a quien no hable inglés (si alguien comete la osadía de verla doblada, no va a enterarse de nada), por su descomunal uso del lenguaje, sucio y adornado, atropellado o arrollador, retórico o mundano, todo ese espacio de tiempo se encuentra comprimido en esas imágenes claras y sucias (Dick Pope, que estás en los cielos), en los telares abandonados, en los mendrugos de pan compartido y en la enfermedad de los rostros, tanto del famélico como del abotargado. También hubo revoluciones en la "pérfida Albión", también cobraba sentido la pregunta "¿Está usted familiarizado con el Norte de Inglaterra?", y también había tiempo para que los charlatanes abonaran el campo, llamando a las armas, desapareciendo en mazmorras, con un público de hombres cansados y mujeres atónitas. En ese tiempo, se gestaron muchas cosas que hoy nos parecen derechos de nacimiento, y por eso somos tan vulnerables ante los herederos de los que siempre han empuñado el látigo, incluso dispuestos a comer de su mano, incluso después de tanto tiempo y tantos muertos.
Necesaria, apabullante, clarividente... Obra maestra absoluta.
Saludos.
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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...
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