viernes, 23 de marzo de 2018

La muralla



Amas "The Wall" mientras puedas seguir convencido de que Pink Floyd es "The Wall", al menos en la medida en que ambos fenómenos sean capaces de retroalimentarse recíprocamente. Luego te haces fan del grupo, indagas, y descubres que Pink Floyd eran unos pipiolos que tuvieron la enorme suerte de que se les cruzara un tal Syd Barrett, uno de esos tipos capaces de desviar unos centímetros el eje de la Tierra. Y te haces aún más fan, pero descubres una brecha insalvable, algo que en tu madurez golpea tu sesera y te hace preguntarte (y esto es extensivo a muchos grandes grupos de la época) por qué no continuaron bajo otro nombre. Pink Floyd es un grupo que pasó de un ego a otro aún mayor, y entre medias se entretuvieron en facturar unas cuantas obras maestras, con la única peculiaridad de que el antiguo testamento de Barrett iba desvaneciéndose y se gestaba el nuevo, que iba a pertenecerle por entero a Roger Waters y supondría el finiquito residual de la banda justo después de la grabación de dicho álbum doble. Porque lo que ya vino luego fue anécdota, como anécdota es el enésimo proyecto faraónico de Waters, la filmación de "su versión" (no sé si hay otra) de "The Wall" en directo. No me extenderé, tan sólo les diré que hace muchos años que Waters no se dedica a ser un creador, sino más bien un recreador, de su propia obra, es bien cierto, pero el visionado en alta definición de ROGER WATERS THE WALL (tal es el título) apenas aporta nada que no estuviese en el disco o no hiciese ya el grupo en directo, aunque concedo que esta obra apenas pudo ser interpretada por entonces, dado el deterioro de las relaciones entre Waters y el resto del grupo.
El concierto en sí no está mal, con músicos de gran altura y el habitual gusto por la minuciosidad del propio Waters, que se erige en el protagonista absoluto; el espectáculo multimedia es imaginativo, con la construcción de un enorme muro a tiempo real que va engullendo a la banda. El problema es simplemente de ubicación, ya que el concepto original nos hablaba del aislamiento del artista con un entorno cada vez más ajeno, mientras el Waters actual aprovecha para hablarnos de refugiados, guerras civiles o escándalos políticos, lo que deja el show en la parte del mitin irrenunciable.
Por quedarme con algo, yo hubiese prescindido del concierto y me hubiese enfocado en el Waters íntimo, que roza la melopea en un bar italiano, para luego echarse a llorar leyendo una carta de su padre... No sé, yo he tenido sobredosis de Pink Floyd durante más de treinta años, allá ustedes si deciden ver esto...
Saludos.

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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!