sábado, 1 de noviembre de 2014

Las antípodas de la intención



El (merecido) éxito que está obteniendo LA ISLA MÍNIMA allá por donde es proyectada, me hace encontrar casi involuntariamente resonancias en otros títulos que, con menos repercusión, han levantado acta de las imposibles conjunciones entre sociedad, entorno y crimen. Esto es notorio en JINDABYNE, film australiano que toma su nombre de una bella y famosa región, conocida sobre todo por ser el paraíso de cualquier aficionado a la pesca. El director de origen británico Ray Lawrence (LANTANA) intenta un loop demasiado complicado para manos poco expertas, y teniendo en cuenta que se trata de su tercer trabajo en ¡29 años!, esto no deja de sorprender. El argumento es apasionante, los actores cumplen su cometido y la sensación de misterio irresoluto está francamente conseguido... ¿Qué falla entonces? Vuelvo ahora al sensacional film de Alberto Rodríguez, que no hace más preguntas de las respuestas que es capaz de dar; en cambio, Lawrence parece quedarse encantado del lugar y la atmósfera que ha descubierto, y ni su prosa (torpemente poética) ni su calado social (que casi da la mano al peor Ken Loach) avanzan lo suficiente en dos horas demasiado largas para lo que son. De hecho, uno no sabe si lo que le están contando son las andanzas de un asesino en serie, las vicisitudes del pueblo aborigen frente a un racismo latente tras cada esquina o, asómbrense, un curso acelerado de pesca salvaje impartido por un Gabriel Byrne cuyo oficio, unido al de la siempre magífica Laura Linney, es lo poco rescatable de una película a la que se le adivinan más intenciones que resultados. Porque una cosa es querer transgredir el género y otra lograrlo in facto.
Saludos.

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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!