Sí, efectivamente; no sé si se me había escapado en alguna parte, pero he de admitir que, contra todo pronóstico, me ha encantado la versión y puesta al día de ese tipo llamado Guy Ritchie acerca del inmortal personaje creado por Sir Arthur Conan Doyle. SHERLOCK HOLMES no es sólo un lavado de cara, ni siquiera uno de tantos tristes e impersonales espectros que copan la cartelera cada año y que sólo sirven de penoso desprestigio para el original. En lugar de eso, Ritchie se coloca tras la cámara y da paso al talento interpretativo de un Robert Downey Jr. en estado de gracia, perfectamente respaldado por Jude Law y con la sorprendente némesis de Mark Strong, al que luego vimos en KICK ASS también haciendo de malo muy malo. SHERLOCK HOLMES es un producto de entretenimiento inteligente, para todos los públicos y con la dosis justa de incorrección que le permite transitar distintos territorios sin que sufran ni su endiablado ritmo ni su exquisita puesta en escena, que recrea un Londres victoriano de impecable detallismo visual. Sin inventar nada, Ritchie se ha basado con buen ojo en el cómic de Lionel Wigram y es capaz de ofrecer un jugoso relato repleto de humor inteligente, brillantes diálogos y pocas concesiones a la megalomanía, algo cada vez menos habitual en el cine comercial. Mención aparte merece la polémica composición de Downey Jr.; elogiado e incomprendido a partes iguales y que viene a engrosar la ya interminable lista de personajes que este gran actor va sumando cada año.
A mí me ha encantado, y para el año que viene ya tenemos la impepinable continuación, que promete emociones fuertes con el mítico Moriarty a la cabeza; veremos si el invento no languidece por exceso.
Saludos sospechados.
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