Como un puñetazo sin avisar. Así fue la irrupción de los hermanos Dardenne en la escena europea, aunque su debut está fechado una década antes, con ROSETTA, o esa película que venía a constatar que el realismo siempre tendrá un lugar en un medio dominado por las ficciones. ROSETTA es, ante todo, Émilie Dequenne, su rostro de animal huidizo, incomprendido e incapaz de comprender el mundo que le rodea, y por qué le ha tocado vivirlo. Menos truculenta de lo que parece, la fuerza reside aquí en toda la información que nos es escamoteada, pero que intuimos certera e incontestable en esa mirada que mezcla odio, integridad, desesperación y otra cosa que sólo conocen los que han pasado hambre de verdad. Rosetta tiene 17 años, y vive en un remolque junto a su madre, que se dedica a venderse en el camping por un par de cervezas. Nuestro primer contacto es brutal, y la vemos mientras patalea tras ser despedida. No sabemos el motivo, pero es lo de menos. Rosetta deambula por las calles de una Bélgica amenazadora e indiferente, lejos de esa centroeuropa que nos llevan vendiendo demasiado tiempo. Necesita un trabajo como sea, pero la dignidad la hace rechazar cualquier cosa que no sea un trabajo de verdad. Mientras, intenta vender los retales que su madre cose, o pesca pececillos de manera artesanal en un riachuelo. Lo que estamos viendo es lo que al cine tanto le cuesta poner en imágenes, ese día a día del Sísifo moderno, sintetizado en el cruel e insoportable plano secuencia final, que no desvelaré, pero que, si somos justos, incluso estaría más cerca de la hondura tragicómica de Chaplin, que de referencias más o menos culturetas.
No se ha vuelto a rodar nada tan certeramente insondable. Tampoco los Dardenne.
Obra maestra absoluta.
Saludos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario