viernes, 28 de junio de 2019

Lecciones de vida



¿Qué hace que una historia, aparentemente banal, penetre hasta lo más profundo de nuestras emociones y sea capaz de reconducir lo que hasta entonces considerábamos inamovible? Es notorio el grado de madurez, el salto compositivo alcanzado por Mamoru Hosoda en MIRAI, su hasta ahora último trabajo, y de lejos el mejor suyo. Y todo empieza como en las grandes historias, con sencillez casi naif. Como si de un arranque de Linklater se tratara, Hosoda introduce el pequeño e incipiente universo de Kun, un niño de cuatro años, que espera en su casa, junto a su cuidadora, a que lleguen sus padres del hospital con su hermana recién nacida. Lo que sigue son los naturales celos, porque Kun no concibe que toda la atención se haya derivado hacia esa pequeña desconocida de mofletes sonrosados. Es ahí, con meritoria sutileza, donde el director y guionista hace aparecer el elemento fantástico, no como ruptura sino como continuación lógica y dramática. La imposibilidad de entrar en la mente de un niño obliga a adoptar otros cauces, y se establece entonces una intemporalidad desbocada, que transforma todo su entorno y lo adapta a esa nueva realidad que está inentando asimilar de golpe. Su madre es una niña de su misma edad, su bisabuelo un aventurero con la edad de su padre, su hermana una adolescente que lo trata (ay!) como el niño que es, y hasta su perro se encarna en un tipo que le da esas necesarias lecciones vitales. Así, lo que comienza como una historia convencional se torna la historia más importante, la historia de nuestras vidas, pero no como nosotros la construimos a conveniencia, sino como los otros nos perciben. Hay quien lo llama trascendentalismo.
Saludos.

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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!