jueves, 24 de mayo de 2018

De tiendas



¿Se puede denunciar a lo que nos produce fascinación? Algo así significa (y simplifica) la noción exultante de qué es exactamente lo que viene a contarnos Olivier Assayas en su ectoplásmico y hipsteriano ajuste de cuentas con un estado de las cosas que seguramente no le gusta, pero al que termina, quizá involuntariamente, rindiendo tributo. PERSONAL SHOPPER linda con muchas cosas, con muchas y diversas ideas, pero no se decanta por asumir una voz que podamos identificar adecuadamente; nos embarca en una supuesta experiencia extrasensorial (sesión espiritista incluida), para seguidamente orgasmarnos con unos brazaletes de Cartier y unos dedos, incapaces de acariciar personas, deleitándose al contar billetes de 500 euros. El gran problema de esta película es que cohabita demasiados compartimentos que no parecen tener mucho que ver entre sí, y que todas sus excelentes intenciones se desinflan por culpa de un guion extremadamente mal construido, obra del propio Assayas. Cuando finalmente se decide a retomar un cierto ritmo, inundar la pantalla con una angustia e intriga crecientes, es demasiado tarde, y, puede que con algún que otro problema de conciencia, se permite un epílogo sencillamente sonrojante, con vasos flotando en una estancia de Omán... ¿Omán?... Sí, Omán.
Saludos.

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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!