lunes, 21 de mayo de 2018
Destruir para crear
En la calurosa, asfixiante Sevilla de un verano cualquiera, un hombre se dispone a escribir una novela, una gran novela. Literatura de verdad, dice él, porque lo que su mujer escribe, y por lo que le dan tantos premios, son letras vendidas de best seller. Lo que la última y extraordinaria obra de Manuel Martín Cuenca pone encima de la mesa se parece más a lo que Álvaro, su protagonista, pone, literalmente, para conseguir eso tan complicado de la inspiración. EL AUTOR no habla tanto de literatura, pues se podría afirmar que no hay un solo escritor de verdad en toda la historia, y sí un corolario infumable de seres resbalosos, interesados, egoístas y necios ¿Sevilla? Sí, por supuesto. Lo que Álvaro pretende es ser escritor a toda costa, y para ello cree que que el camino es confiar ciegamene en su profesor, un miserable que le saca hasta el hígado y al que no le interesa nada más que alargar los banquetes en los que supuestamente le lee, y que el imbécil encima le sufraga. Su mujer le ha pusto los cuernos para celebrar la recién conquistada medalla de oro de la ciudad (si yo les contara...), su trabajo, gris y monótono, en una notaría se resiente, y el señor notario (Don Alfonso, otro esclavista) le dice que se tome unas vacaciones, lo que Álvaro recoge como una oportunidad única para dedicarse plenamente a la construcción de "su obra", cuya estructura va posicionando en una pizarra y se nutre de la singular vida de sus vecinos, a los que espía con la connivencia de una portera que canta por Isabel Pantoja y a la que no duda en beneficiarse. Todo por el arte.
No, EL AUTOR no habla de los resortes creativos, sino de los mecanismos de manipulación, de las trampas que nos tendemos a nosotros mismos cuando nos creemos más guapos de lo que somos. Ese minimundo habitado por un ex militar franquista que guarda una Lüger en la caja fuerte, un matrimonio mexicano que mantiene fuertes discusiones por las noches y ese faro vigía que es la portería y su portera, le dan a Álvaro más mugre que luz, aunque el talento es el que torna una cosa en la otra. Pero Álvaro no tiene talento, por muchas gambas y chuletones que invierta para que su profesor le diga que sí lo tiene. Álvaro es apenas un subproducto de este país, un tipo resentido, amargado y sin un solo escrúpulo. Y puede que esos sean ingredientes excelentes para ser un gran escritor... pero es que Álvaro no tiene talento...
Saludos.
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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...
2 comentarios:
Magnífica película, lo mismo que su reseña.
Muchas gracias, siempre agradezco a quienes pasan por aquí. Habrá usted notado que no dije nada de los actores, pero es que no hace ni falta. El trino formado por Adelfa Calvo (estremecedora), Antonio de la Torre (inmenso como gran secundario, cuando le toca serlo) y Javier Gutiérrez (cuando hace algo en una escena, todo parece paralizarse a su alrededor) es de lo mejorcito en materio de actuación de este año. Martín Cuenca es un especialista, y un director interesantísimo, al que sigo desde la demoledora LA MITAD DE ÓSCAR. En fin, para no alargarme: ¡Peliculón!...
Un saludo.
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