jueves, 31 de enero de 2013
La pureza de lo extraño
A estas alturas, iniciar un debate acerca de la conveniencia de un cine tan extravagante como es el de Bruno Dumont, no sólo es un discurso inútil (usted y yo sabemos ya qué vamos a ver), sino que desvía la atención de lo más importante para dilucidar qué hemos de solicitar como decisivo tras una trayectoria que abarca ya más de quince años, siete títulos (si incluimos su aún inédita CAMILLE CLAUDEL) y un cartel en el panorama de festivales europeos difícilmente igualable para un autor de vocación tan oscurantista como la suya. HORS SATAN, por ejemplo, debería haber tenido un peso específico mayor, un poco "al estilo HOLY MOTORS", si se quiere; sin eludir su propia naturaleza desafiante ni enzarzarse en esos escasamente lucrativos ademanes de unionismo paneuropeo. Pero dejemos a un lado las milongas. Lo que hay en HORS SATAN ya estaba en LA VIE DE JESUS, L'HUMANITÉ y, en mucha menor medida, en su gran fiasco, HADEWIJCH. Pero ¿qué hay en realidad? Porque pareciera que a Dumont le molestase todo artificio que no le permita rearmarse en su discurso por y para un ser humano intrascendente pero muy singular; la humanidad, según Dumont, es directamente proporcional a la vida vegetal pacientemente observada o una fauna de movimientos desapasionados. La historia, argumento, sinopsis o siquiera esbozo, pianísticamente puede que prescinda de las teclas negras, pero su castrante ritmo requiere una atención al momento decisivo, puesto que no lo veremos venir. Aquí, en el delirante campo de la Costa de Ópalo, que ni oficia de costa ni es un campo propiamente dicho, Dumont pone el asesinato al principio, sin acentuar nada, casi como algo necesario e imbricado en el paisaje, y luego nos escupe sus personajes cincelados con un martillo romo. El resultado es un ensayo sobre el mal filosóficamente muy cercano a San Agustín, que nos viene a indicar que un acto no es malo en sí mismo, sino que lo es la voluntad con la que se realiza; y la búsqueda de este mal primigenio, que obstinadamente solemos representar en la figura de un Satan que aquí podría ser tanto una persona (el hierático vagabundo dispuesto a acabar con los problemas por lo sano), un viento enloquecedor, e incluso la propia asfixia sexual proveniente de la pobre chica dispuesta a recompensar a su salvador y rechazada una y otra vez. Como si Buñuel hubiese maritado con Pasolini y Beckett, el cine de Bruno Dumont nos recuerda que las formas pueden renovarse, pero (y esto he de decirlo con el conocimiento y la certeza de que su gran obra aún no ha sido filmada) éstas carecen de significado a menos que se establezca un diálogo metatextual con su propio tiempo. Tal y como lo haría un concertista de piano en soledad.
Saludos sin mala intención.
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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...
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