sábado, 19 de enero de 2013
Vida prócer: el cine de Hong Sang-soo #1
De hoy en adelante, continuando la fórmula que usamos el curso pasado con el maestro Yasujiro Ozu, y con la intención de repetirla cuantas veces estimemos necesarias, todos los Sábados estarán dedicados a repasar la filmografía de un director coreano que, en opinión de quien esto escribe, lleva ya algunos años construyendo una obra tan singular y personal como referencial respecto a multitud de cineastas contemporáneos suyos, que no cesan de citarlo como un ineludible punto y aparte surgido de un país que en materia fílmica, precisamente, tan reticente se muestra a encontrar una voz propia fuera de su misma circunstancia de exotismo relativamente joven. Hong Sang-soo, pese a que acaba de cumplir 52 años, comenzó relativamente tarde a dirigir, concretamente con 36, aunque desde entonces su actividad le ha llevado a prácticamente rodar un film al año. Su debut, DAIJIGA UMULE PAJINNAL (THE DAY A PIG FELL INTO THE WELL, o EL DÍA QUE EL CERDO SE CAYÓ A UN POZO, título que apunta directamente al libro del escritor norteamericano John Cheever, de 1954) nos muestra ya a un narrador en toda regla al que no le asusta el campo abierto de las emociones del hombre contemporáneo. Sin grandes alardes, ni los habituales trucos que el cine asiático viene usando desde hace tiempo para dotar de entidad lo que apenas llega a la categoría de esbozo, Hong Sang-soo es honesto de la misma forma que un Rivette o un Truffat, sin actuar como dios salvador de sus propias marionetas, porque en su cine las personas son personas que actúan como personas, por mucho que un halo de extrañeza recorra sus pulcras imágenes de un Seul neutro, hastiado, recipiente de cubículos que asimismo albergan a estos seres que, pese a todo, siempre parecen aferrarse a una ínfima esperanza. No es que sus problemas sean la leche, no encontraremos en las películas de Hong Sang-soo grandes dramones ni honduras históricas, pero resulta complicado sustraerse ante la humanidad, rozando incluso una saludable ternura, de estos personajes a la deriva... aunque no extremadamente. No es ésta su mejor película, y hay que reconocer que su intento de ensayar una narración coral queda algo torpona, pero en las distancias cortas se intuyen las constantes de su cine posterior, mucho más elaborado; además de ese gusto por los egos inflados, o esos niños encerrados en cuerpos adultos que sólo miran los problemas de frente cuando estos ya les han dado caza. Es una lástima que tantos "aduladores" del cine asiático (horrible pamema éste) apenas si conozcan la obra de este director coreano, habitual en festivales de medio mundo; un desaguisado que desde El Indéfilo estamos dispuestos a arreglar a partir de este Sábado y a lo largo de los que están por venir. Buen provecho.
Saludos.
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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...
2 comentarios:
Director festivalero habemus. Dios nos pille confesados.
No he visto nada de este señor. Voy a ver la última que participó en Cannes, la de la Hupert, y, si me convence, me engancho al serial sabatino.
Perdón por la tardanza en la contestación, pero he tenido un pequeño percance con el portátil (que me escribía en Esperanto...) y vime desconectado de toda red, durante toda la semana. Le diré, amigo, sabiendo como sé sus fundados recelos para con el cine asiático, que no es este coreano un miembro del mismo tal y como podría parecer. Su cine tiene un mucho de la Nouvelle Vague menos ombliguista, y casi nada de códigos ocultos de conducta, lo que lo convierte no ya en rara avis, sino en impulsor de un extravagante casorio "Oriente-Occidente", que lo funde en una hermosa y muy recomendable filmografía. Sentía que, después de Ozu, debía dedicarme a un autor vivo, y que curiosamente mantiene un extraño diálogo en sus sencillas imágenes con el maestro japonés. Espero estar a la altura...
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