martes, 29 de enero de 2013

Contra la tradición y por el progreso



El otro día nos dejaba uno de los directores más importantes de la última mitad del siglo XX, Nagisa Oshima. En El Indéfilo no podemos, por tanto, hacer sino dar cuenta de algunos títulos suyos; y como ya hablamos aquí sobre su obra más internacional, EL IMPERIO DE LOS SENTIDOS, y la que supuso el punto y final al conjunto de la misma, GOHATTO, hoy debía resaltar su más que notable debut. Fechada en 1959, AI TO KIBO NO MACHI (originalmente titulada EL CHICO QUE VENDÍA PALOMAS, y renombrada por la Shôchiku como UNA CIUDAD DE AMOR Y ESPERANZA) auspiciaba una suerte de mezcolanza imposible entre el oficio de Ozu, el neorrealismo de Rossellini o la oblicua maestría de un Welles a pie de calle, dato último éste que sería la seña de identidad, ya para siempre, del cineasta japonés. En apenas una hora, Oshima realiza una precisa disección de la inmutabilidad descorporeizada de su sociedad, utilizando por un lado el drama social de un chico perteneciente a una familia de clase baja, que subsiste (y mantiene a su madre y hermana) a base de lustrar zapatos en la calle y vender palomas, mientras que, con una habilidad encomiable, pone en solfa a otra clase (universitaria y bien situada) que se permite realizar juicios de valor tanto censurables por basarse en un sentido de la beneficencia que, penosamente, impide al "pobre chico" desarrollarse por si mismo. Es decir: será con la ayuda "de", o no será. Y esto Oshima es capaz de plasmarlo asombrosamente con su, luego habitual, dominio de la metáfora más sangrante. El chico no puede evitar que las palomas vuelvan a él=aprovechará la circunstancia para revenderlas=será juzgado por ello=no podrá acceder a un puesto en una universidad. Y yo debería añadir: Y la solución, como siempre, será matar a la paloma...
Maravillosa.
Saludos columbinos.

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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!