Las primeras escenas de Ching Shao Nien Na Cha (Rebels of the Neon God AKA Teenage Norcha), REBELDES DEL DIOS NEÓN, para entendernos, nos muestran a unos jóvenes aparentemente hastiados, cansados, aburridos; que delinquen sin mayor trascendencia y que matan cucarachas con apatía. Luego, vemos cómo algunos se relacionan y otros son reservados hasta lo insoportable ¿Por qué? Supongo que Tsai Ming-liang se ha hartado de ver cine francés y habrá visto las coincidencias con veintitantos años de retraso; acaso el verdadero impulsor de la nouvelle vague asiática, lejos del barroquismo visual de Wong Kar Wai o las marcianadas de Kim Ki Duk.
REBELDES DEL DIOS NEÓN es un film que obliga al espectador a mantenerse alerta, cualquier cosa va a ocurrir de un momento a otro... o quizás no vaya a ocurrir nada. Los juegos asimétricos son constantes, con un chaval solitario y enfermizo que odia a sus padres y un curioso triángulo formado por dos ladrones de placas de videojuegos (es de 1992) y la novia del hermano de uno de ellos, que, por cierto, nunca aparece por ningún lado.
Tsai Ming-liang se muestra como un director más taimado que los anteriores (las comparaciones son inevitables), menos dramático; más cercano, por ejemplo, a Bresson que a Truffaut, pese a que Hsiao Kang, el protagonista, venga a significar en su propia filmografía una suerte de Doinel más descacharrante y cruel.
Los videojuegos (el verdadero dios neón) son omnipresentes en pantalla. Incesantes e interminables hileras de personas frente a la pantalla, conectados a ella, desconectados del mundo. Tsai Ming-liang propone un juego al espectador que exige bastante de éste; le hace partícipe de su propia miseria a través de la forzosa aceptación de conductas perfectamente aceptadas en las grandes ciudades, pero que horrorizan una vez expuestas friamente, despojadas de su carácter lúdico.
Neoníticos saludos... (¿esa palabra existe?)
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