La experiencia fílmica tiene sus márgenes, sobrepasarlos implica revertir la mirada hacia el espectador, inquiriéndole desde su confort anónimo, convirtiendo el inocuo acto de "ver" cine en una crítica violenta y ensañada con esa pasividad. El filósofo Guy Debord lo explicó detalladamente en un film de extenso y palindrómico nombre. IN GIRUM IMUS NOCTE ET CONSUMIMUR IGNI puede ser visto como un tratado, pero sería un error implicarse sólo en lo textual, pues Debord era un situacionista, y su filosofía sólo podía tener sentido desde el ataque. Sólo destruyendo la imagen se podía "hablar" de la imagen, sin ser ya esclavos de la intencionalidad de ésta. Debord hablándonos como esclavos de esa "sociedad del espectáculo", abriendo el film precisamente con una foto fija de los espectadores en una sala de cine, el perfecto preámbulo para iniciar un ametrallamiento, literal, de frases escupidas al nervio que duele. El espectador es un esclavo, feliz, cebado de imágenes que olvida para volver a verlas de nuevo; es esa polilla que se siente atraída por la luz del fuego, que la circunda en gozoso vuelo. Hasta que se quema.
Hasta ahí el manifiesto. Pero Debord filma, aunque no quiera, aunque use imágenes ajenas de otros films, otras fotografías. He ahí el obstáculo insalvable, porque hasta el filósofo más audaz es incapaz de no ser "comunicativo". Por muy secas y tajantes que sean sus frases, la película (lo es) se desangra en su propio acto suicida, y termina criticándose, censurándose a ella misma. Grave contradicción, única formalidad en este film áspero, de horror frío y cadavérico, el de los hogares felices y los esclavos felices en ellos.
Ármense de valor si la van a enfrentar.
Saludos.
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